Institucional

Nuestro ideal en defensa de un consumo sostenible

FACUA asumió desde su creación la necesidad de propugnar hábitos de producción y consumo responsables con el compromiso de defender un medio ambiente saludable y la preservación de nuestro planeta.

Por Paco Sánchez Legrán

FACUA-Consumidores en Acción promueve el mensaje de que el problema global que afecta a nuestro medio ambiente puede considerarse sostenido en tres pilares fundamentales: superpoblación, consumo y tecnología. Tenemos que asumir que somos muchos los habitantes del planeta y que una parte importante de los mismos consumimos en exceso y, además, disponemos de una tecnología ineficiente e inadecuada. Está demostrado que la superproducción y el consumismo han alcanzado proporciones tales que ya no pueden ser procesadas por el sistema ecológico de nuestro planeta, y esas realidades conducirán inevitablemente a su destrucción a medio y largo plazo si no se pone freno a esa carrera destructiva.

Las diferentes cumbres mundiales celebradas por la mayoría de los países, desde la realizada en Río de Janeiro de 1992 hasta la que tuvo lugar en Paris en 2017, han señalado, entre otras muchas cuestiones de gran interés, que la modificación de las actuales pautas de producción y consumo en el mundo debe ser una de las tareas principales de la humanidad para el presente siglo. Lamentablemente, ese compromiso entra claramente en contradicción con los intereses económicos de las grandes potencias como Estados Unidos, China y Rusia.

En nuestro país, la Ley para la Defensa de los Consumidores y Usuarios consagra y desarrolla el derecho del consumidor a la educación y formación en materia de consumo y contempla entre sus objetivos promover la libertad y racionalidad en el consumo y adecuar sus pautas a un uso racional de los recursos naturales. Asimismo, consagra el derecho de los consumidores a disponer de una información veraz, eficaz y suficiente, y establece los principios generales para la adecuada protección de la salud y la seguridad pero, lamentablemente, estos principios legales solo están en el papel y los distintos gobiernos no han asumido con contundencia su cumplimiento.

Por otra parte, el Programa comunitario de política y acción en materia de medio ambiente y desarrollo sostenible preconiza la reducción de un consumo excesivo de recursos naturales y reconoce el consumo como un fenómeno determinante de las políticas de protección ambiental. Asimismo, establece que la relación entre industria y medio ambiente debe sustentarse, entre otros aspectos, en la gestión de recursos encaminados a racionalizar su consumo y en la información que permita a los consumidores elegir mejor, a la vez que imponer a las empresas sistemas de producción sostenibles.

Sin embargo, los intereses de las empresas, con la complicidad de los gobiernos, provocan que los problemas del consumo y de la superproducción sean objeto de silencio. Este silencio no es sorprendente. Para romperlo se requiere que la sociedad se pregunte sobre su propio estilo de vida y ponga en entredicho la noción que nos han impuesto, en nuestras creencias y valores, de que tener más conlleva ser más feliz y disfrutar de una mayor calidad de vida. Los consumidores de las economías industrializadas nos afanamos por consumir más y mejores bienes de consumo y sufrimos una dependencia casi paranoica de este tipo de bienes, que sirven de estímulo externo para compensar nuestro déficit interno y, además, buscamos en ellos un símbolo de la posición social.

La publicidad nos incita al consumismo

Las clases dominantes siempre encarnan una imagen de excelencia en la realización de posibilidades humanas: poder, seguridad, riquezas, comodidades, refinamiento y cultura. Las demás personas, al querer imitarlas, pierden la capacidad autónoma de definir aquello que es digno de ser poseído; la formación de sus gustos y preferencias queda subordinada a los valores de unos pocos privilegiados, que son transmitidas a través de la publicidad en sus distintas formas. Este análisis constituye el elemento clave donde se enraíza la ideología del consumismo, si bien con otros aspectos mediáticos y publicitarios.

El consumo de bienes normales satisface necesidades físico-objetivas y, en consecuencia, tiene un punto de saturación y un límite. Por el contrario, el bienestar y la satisfacción de los bienes de posición social, o los que nos pueden comparar con los que disfrutan otros consumidores que pertenecen a los círculos dominantes, no tienen límites, pues el afán de diferenciarse de los demás que tienen menos capacidad económica es interminable. Sin embargo, siempre que pensamos en evitar o limitar los daños al medio ambiente generados por la producción, distribución y consumo de bienes adicionales, estamos de acuerdo en que habría que introducir técnicas y productos menos perjudiciales, pero no pensamos en reducir la producción y el consumo de los propios medios materiales que mucha gente consume en exceso.

En este sentido, la promoción del consumismo a través de la publicidad, los medios de comunicación y los grandes centros comerciales debe ser desafiada cada vez por más personas que crean que es importante preservar nuestro planeta de esa progresiva destrucción que se está produciendo por culpa de la superproducción y el consumo. Hay que lograr que entendamos que consumir productos o servicios es la vía natural que debe servir para satisfacer necesidades reales para alimentarse, vestirse, acceder a la cultura, entretenimiento, etc., y, para ello, debemos librarnos de las cadenas personales que impone el hábito de consumo exacerbado. Cadenas de tipo psicológico que nos hacen sentir infelices si no logramos imitar los patrones de felicidad que la publicidad nos muestra.

La sociedad del consumismo es una etapa de la historia que desaparecerá. Lo que no se puede prever es si será por un cambio de mentalidad inspirado en la necesidad de supervivencia y por la preservación de nuestro planeta o por un apocalipsis de la sociedad capitalista industrializada que lo sustenta como consecuencia del agotamiento de los recursos, de la destrucción del medio ambiente y la destrucción de distintos ecosistemas. Así lo ha señalado recientemente un informe del Ipbes Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Service, del que se ha hecho eco las Naciones Unidas, que señala que cerca de un millón de especies están en peligro de extinción y que la diversidad está disminuyendo aceleradamente, a un ritmo sin precedentes en la historia, y alerta de la necesidad de cambios radicales para salvarlas.

Gobiernos, industria y consumidores somos responsables de la crisis ecológica y a todos involucrará la estrategia para alcanzar un consumo y una producción sostenibles, aunque unos tienen más responsabilidad que otros. Los gobiernos tienen la responsabilidad de crear políticas de protección ambiental que apunten hacia una producción limpia y hacia la racionalización del consumo. La industria, por su parte, como responsable directa de la mayor parte de la degradación ambiental, debe asumir esa responsabilidad y transformar sus modos de producción y comercialización, mientras que también los ciudadanos tenemos que asumir nuestra cuota de responsabilidad.

Los consumidores también estamos obligados

Tal como se ha dicho, los ciudadanos, en su calidad de consumidores, también tenemos que asumir nuestra propia cuota en la responsabilidad colectiva y adoptar pautas de conductas más responsables y racionales en relación al consumo y disfrute de bienes y servicios, a la vez que debemos exigir mayor nivel de información en relación a los mismos.

Esta estrategia para alcanzar un consumo sostenible puede tener dos direcciones: de arriba hacia abajo (gobiernos-productores-distribuidores-consumidores) y de abajo hacia arriba (consumidores-distribuidores-productores-gobiernos).

En ambas direcciones, los consumidores podemos desempeñar un papel determinante. Por un lado, debemos asumir, como ya se ha indicado, nuestra parte de responsabilidad en la degradación ambiental y el agotamiento de los recursos. Al fin y al cabo, somos nosotros los que consumimos lo que produce la industria y sostenemos con nuestros votos la política de los gobiernos. Por ello, ser conscientes de nuestra responsabilidad y de nuestra fuerza potencial es tan importante para evolucionar hacia un mundo ecológicamente (ambiental y socialmente) sostenible. Así, el fomento de un consumo responsable debe plantearse como un objetivo clave.

Por otro lado, es necesario conseguir que la decisión del consumidor se convierta en un factor de persuasión que haga de motor de cambio del ineficiente e insostenible modelo productivo actual. Por ello, la labor de denuncia desde el consumidor es esencial para influir en las decisiones políticas para modular las relaciones capitalistas de producción.

Esta fuerza potencial del consumidor está detrás del hecho de que lo ecológico esté de moda y numerosas empresas se disfracen de verde para vender. Por ello, es necesario que el consumidor esté bien informado y preparado para desenmascarar la manipulación y el engaño que se esconde de la mayoría de tales empresas y sepa elegir de forma consecuente.

En definitiva, en la relación entre consumidor y medio ambiente se debe considerar a éste como agente responsable de la degradación del mismo, al margen de que haya que señalar que el grado de responsabilidad es muy inferior al que tienen la industria y los gobiernos, pero, a la vez, es víctima de dicha degradación.

El fomento de un consumo sostenible

Por todo ello, es desde cada uno de nosotros y nosotras como consumidores y desde las asociaciones de consumidores donde la lucha por proteger el medio ambiente cobra un sentido más claro, apuntando a las causas y no tratando de poner parches a las consecuencias. El objetivo será alcanzar una modalidad de consumo sostenible que no hipoteque la supervivencia de las generaciones venideras. Los medios para alcanzarlo son, por una parte, la educación y concienciación para un consumo responsable y, por otra, el trabajo de denuncia para conseguir producciones menos dañinas para el medio ambiente y para los consumidores y para que se vaya frenado progresivamente la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) que están provocando el calentamiento global de nuestro planeta.

El consumo responsable debe formar parte de la ética de los ciudadanos. La ética se basa en conocer y elegir en coherencia con las convicciones de cada uno. La piedra angular para lograr un consumo responsable es el conocimiento y la concienciación, así que es necesario que el consumidor esté informado de todas las implicaciones ambientales y sociales de sus actos y además elija correctamente. Por ello, la educación ambiental de los consumidores es fundamental.

El consumo sostenible debe empezar por un consumo consciente y responsable y, para ello, el consumidor debe tener una información clara, sencilla y actualizada acerca de las connotaciones ecológicas y sociales de los productos ofertados en el mercado. Hoy, a pesar de que el nivel de conciencia ecológica va aumentando, aún existe una considerable carencia de información precisa y de fácil acceso al público en general de estos temas y, por ello, la carencia de información no permite una correcta compresión del problema ni la participación pública activa en defensa del medio ambiente y de la salud humana por parte de la mayoría de los consumidores.

La reorientación del proceso productivo hacia una revolución de la eficiencia energética y de los materiales es un pilar básico en la búsqueda de la sostenibilidad. El consumo consciente y responsable debe ser el incentivo principal que favorezca esa revolución productiva tan necesaria como factible, pues es posible reducir el desgaste de la naturaleza sin reducir nuestro bienestar.

El consumo sostenible supone mucho más que cambiar un producto perjudicial para la tierra o para los humanos por otro más respetuoso: implica, ante todo, cuestionar nuestro consumo y nuestro modo de vida; conlleva examinar nuestro papel ante las desigualdades de la economía mundial; significa retar a los gobernantes para que realicen políticas que favorezcan un cambio en el estilo de vida de los ciudadanos. Conlleva asumir que mantener el modo de vida de las sociedades consumistas y despilfarradoras de bienes y recursos trae como consecuencia mantener el modo de vida de las poblaciones de los países pobres o empobrecidos.

La desigualdad en el mundo

El 20% de la población mundial emplea el 80% de los recursos de todo el planeta, a costa del resto de los seres humanos y de la salud de la Tierra. La economía de nuestros países se apoya en el consumismo, y sin éste, el modelo económico actual no funcionaría. Por eso, incentivar el consumo es siempre tan importante para la salud de nuestra economía. Sin embargo, este modelo no tiene en cuenta consideraciones ambientales ni sociales, y nos ha llevado a una peligrosa situación. Es necesario que los consumidores despertemos y salgamos de la dinámica del consumismo en la que nos han introducido. Renunciar a lo realmente innecesario y a gran parte de nuestros hábitos de consumo es clave para provocar un cambio en el injusto e insostenible modelo económico de producción y consumo que rige nuestras vidas. Los consumidores organizados debemos colaborar en poner la primera piedra a un modelo de sociedad más justo, solidario y equitativo.

Tampoco podemos olvidar que la población mundial tardó decenas de miles de años en alcanzar la cifra de 1.000 millones de habitantes, cifra que se alcanzó en torno al año 1800. Sin embargo, tan solo en los últimos doscientos cuatro años, la población mundial ha alcanzado una cifra superior a los 6.300 millones de habitantes, sin olvidar que los datos de los expertos establecen que para el año 2050 esta cifra podría llegar a los 9.000 millones.

La posición de FACUA es que los consumidores de los países de economías industrializadas o desarrolladas nos encontramos inmersos en una dinámica consumista y de dependencia casi paranoica en relación al consumo de cada vez más productos como símbolo de posición social y de bienestar. Las clases dominantes siempre han encarnado una imagen de poder, seguridad, riqueza, etc., y la sociedad al tratar de imitarlas ha perdido la capacidad autónoma de definir aquello que es digno de ser poseído y sus gustos y preferencias han quedado subordinados a los valores que encarnan unos pocos privilegiados. Es en este análisis donde se sustenta una de las claves de la ideología de la sociedad de consumo.

Sin embargo, esta sociedad de consumo o del despilfarro es una etapa de la historia que tendrá que desaparecer. Lo que está por ver es si esta desaparición se produce por la voluntad libre de una sociedad consciente de los peligros que entrañan los efectos destructores del actual sistema de producción y consumo o, por el contrario, dicha desaparición vendrá como consecuencia del agotamiento de los recursos y la destrucción del planeta en el que vivimos, como consecuencia de la cada vez mas emisiones de gases de efecto invernadero y de un calentamiento global que acabe con nuestros ecosistemas naturales.

FACUA apuesta claramente por la primera de las opciones y por ello se sitúa en la parte de la sociedad que trabaja por la necesaria transformación de nuestro actual modelo de producción y consumo, y defiende un nuevo modelo de sociedad que se base en el consumo sostenible y en una mejor distribución de la riquezas para garantizar una mayor protección de la naturaleza y la supervivencia de las generaciones venideras y evitar, entre otras cosas que se produzca la desaparición de cerca de un millón de especies que según organismos internacionales están en peligro de extinción, por la disminución de la diversidad en la vida animal y vegetal, que de manera acelerada se esta produciendo a una ritmo sin precedentes en la historia.

El movimiento consumerista no debe limitarse a corregir los desmanes de nuestro actual sistema económico y garantizar un funcionamiento lo más equilibrado posible del mercado, ya de por sí difícil, sino que la situación de destrucción galopante producida en nuestro planeta en el último siglo no nos puede dejar impasibles y limitarnos a esperar que los propios poderes económicos y políticos se auto regulen y corrijan por si solos los efectos de sus propias actuaciones.

Por ello, FACUA apuesta por la utopía necesaria y sitúa la defensa de los derechos de los consumidores y usuarios en un marco superior al de la simple reclamación individual o colectiva frente a los abusos o fraudes en el consumo. FACUA se sitúa en la perspectiva de cuestionar el actual modelo de producción y consumo y, por tanto, asume el compromiso de actuar en dicho sentido como tal organización y en alianza con otras organizaciones situadas en el mismo proyecto alternativo.

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Paco Sánchez Legrán es presidente de FACUA.

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