Hay una Europa del capital y una Europa de las personas. Una Europa de mercaderes y una Europa de la ciudadanía. Una Europa insolidaria, prepotente y carente de empatía con los vulnerables y una Europa solidaria, equitativa, humanista y sensible al sufrimiento de los pueblos. La primera está instalada en sus instituciones, las controla y gobierna con mano férrea. La primera estranguló economías y empobreció a millones de personas en la última crisis económica de 2008. La segunda debería ser la tabla de salvación en este naufragio provocado por la crisis sanitaria mundial del Covid-19.
La Unión Europea nace con objetivos de paz y orden social y económico tras dos guerras mundiales, pero se ha cimentado sobre los principios y reglas del mercado y el capital, dejando en segundo plano los valores de una Europa social y solidaria.
La Europa que hasta ahora se ha diseñado no ha tenido como objetivo prioritario la protección de los intereses de la ciudadanía ni la protección de los desfavorecidos. La ciudadanía europea ha sido tratada como sujeto de derechos siempre que manifestara poder de compra y gasto. Ha rescatado bancos, pero no seres humanos. Ha reconocido derechos sociales, pero solo si se minimizaban costes a las empresas y grandes capitales y se les garantizaban beneficios y nuevos mercados.
La Unión Europea no supera su estadio de ser un acuerdo entre mercaderes y siguesin querer realmente avanzar hacia una Europa social, de la ciudadanía. Una Europa de los pueblos que la integran, una Europa humanitaria y solidaria. Este debería ser el gran reto, reconocer la protección de las personas como sujetos de derecho propio, como comunidad, y no como mero instrumento al servicio de los mercados.
Este es el reto que la pandemia mundial por el Covid-19 pone encima de la mesa de los dirigentes europeos, algunos más preocupados por el interés individual que por el comunitario, con gobiernos que siguen defendiendo, desde su torre de marfil, la Europa del capital y no la de las personas.
Una Unión Europea que empuja al desempleo, a la marginación social y a la pobreza a sus pueblos montada a lomos de la prepotencia no puede pretender que nos sintamos identificados con ella.
Estos días hemos asistido a bochornosos discursos de algunos de estos líderes políticos, situados al frente de gobiernos insolidarios, que ante la pandemia del coronavirus ponen en cuestión el sentido de la Unión Europea.
"Re-pug-nan-te" calificó el primer ministro portugués el discurso del ministro de Economía de Holanda sobre la situación de España, añadiendo que la postura manifestada por el mandatario de los Países Bajos "mina completamente el espíritu de la UE y es una amenaza para el futuro de la Unión".
El presidente de Lombardía, la región de Europa más castigadas de Italia por Covid-19, responde en una entrevista publicada en El País a la pregunta de si le ha decepcionado el papel de Europa en estos momentos: "¿Europa? ¿Qué es Europa?... ¿Para qué sirve una Europa que no está cerca de quien sufre?".
No habrá futuro para Europa si algunos países insisten en dar la espalda a los pueblos que la integran y a la ciudadanía que la sostiene. No habrá futuro para Europa si la salud y el progreso social de los trabajadores y consumidores, de la ciudadanía en general, no son el principal sujeto beneficiario de sus políticas, si las instituciones de gobierno de Europa, y si los Estados y gobiernos que las sustentan, siguen al servicio del capital, imponen el interés de unos pocos sobre el de la comunidad y no abrazan valores de solidaridad y justicia social.
Como ciudadana europea no me identifico con una Europa insolidaria, que no garantice la salud, la seguridad y el interés de todos los que en ella residen, también de los más necesitados, de los más vulnerables, de los nadie. Una Europa que ayude, cuide y comparta, y no una que preste con usura.
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Olga Ruiz Legido es la secretaria general de FACUA.