Salud y alimentación

Javier Padilla: "Podremos convivir con el virus si las instrucciones son sencillas, claras y coherentes"

El autor de '¿A quién vamos a dejar morir?' y coautor de 'Epidemiocracia' reflexiona sobre la situación actual provocada por el Covid, cómo evitar nuevas pandemias y cómo enfrentar las que vengan.

Por Ángeles Castellano

Javier Padilla (Madrid, 1983), médico de familia, publicaba a finales de 2019 una reflexión sobre el sistema de salud público actual bajo el título ¿A quién vamos a dejar morir? Sanidad pública, crisis y la importancia de lo político (Capital Swing, 2019). En marzo, explotaba una crisis mundial de salud sin precedentes, provocada por el virus SARS-COV-2 que paralizó la sociedad que aún lucha por sobrevivirlo. Un breve tiempo después, publicaba junto al epidemiólogo Pedro Gullón el libro Epidemiocracia. Nadie está a salvo si no estamos todos a salvo (Capital Swing, 2020), en el que de una forma extraordinariamente didáctica, explican que es una epidemia, por qué se producen y dan su visión sobre cómo enfrentarlas. Una de sus principales conclusiones se resume en la siguiente frase:"Las emergencias van a ser la nueva normalidad". Ambos forman parte del Colectivo Silesia, un grupo de pensadores que apuesta, según describen en su propia web, "por una investigación militante destinada a revertir el daño que hace un instrumento como la ciencia cuando se utiliza para sostener el poder".

Padilla trabaja como médico de familia y comunidad en un centro de salud del norte de Madrid. Hizo su residencia en Sevilla, donde vivió ocho años. Ha cursado dos másteres: de Salud Pública y Gestión Sanitaria, y de Economía de la Salud y del Medicamento. Además, pertenece al Grupo de Inequidades en Salud y Salud Internacional de la Sociedad Madrileña de Medicina Familiar y Comunitaria y trabajó como asesor en el congreso de Marta Sibina, portavoz de Sanidad en el grupo de Unidas Podemos. Ahora, forma parte del comité asesor del Covid-19 en Asturias.

A finales del año pasado publicabas ¿A quién vamos a dejar morir?, libro en el que además de hacer un diagnóstico de nuestros sistemas de salud avanzaba algunas propuestas para, digamos, construir un sistema que mejore la salud de la población. Y de repente, en marzo explota la pandemia provocada por el coronavirus y escribes, junto a Pedro Gullón, Epidemiocracia. ¿Cómo se complementan estos dos libros?

El primero es una mirada más estructural y el segundo en cierto modo es la aplicación de esa mirada a una problemática concreta como son las epidemias, y escrito además en un contexto muy concreto como es la pandemia del Covid. Obviamente, en ningún momento cuando escribí el primer libro estaba pensando que una cosa así pudiera pasar en ninguna situación, aunque sí que es cierto que, como comentamos en Epidemiocracia, la posibilidad de que algo así ocurriera e incluso el hecho de poner la señal de alarma en la aparición de zoonosis o la aparición de un nuevo virus gripal más letal era una cosa que estaba muy presente en el ámbito de la epidemiología y de las enfermedades infecciosas.

Además, hay otro tema, que es que el título del primer libro, ¿A quién vamos a dejar morir? es un título que se vuelve dolorosamente real en el mes de marzo, cuando los sistemas se saturan y hay que llevar a cabo decisiones de priorización y de racionamiento de la asistencia sanitaria y acabamos eligiendo realmente a quién vamos a dejar morir.

Que han sido las personas mayores principalmente…

Sí, claro, las personas mayores, por un lado, son las clarísimas señaladas en la primera ola de la pandemia, pero creo que no sólo ellas. De hecho, si vemos cómo se han distribuido las muertes por Covid por clases sociales, observamos que las personas de rentas bajas también han estado en ese grupo, pero de una forma menos clara, porque a la hora de realizar un protocolo de priorización nadie dice "vamos a dejar fuera a las personas que vivan en barrios de rentas bajas". Lo que ocurre es que la estructura de la sociedad, la segregación de las ciudades, el nivel de exposición de la gente a la posible infección, las enfermedades previas que tenían, etc., tienen una distribución por clase social tremendamente clara. Este es otro de los ejes que ha habido en la materialización de ese dejar morir.

En marzo nadie contemplaba que esto pudiese ocurrir, sin embargo, desde marzo hasta aquí uno puede tener la sensación de que no se ha hecho mucho para corregir eso, ¿no?

Yo creo que hay varios aspectos. Es cierto que hay cosas que se están reclamando en algunos sitios que no se han hecho; en unos sitios se ha hecho mejor o peor, sobre todo el reforzamiento de los servicios de salud pública y de atención primaria, que parece que es lo que a priori podría ser más necesario, así como la actuación sobre las residencias.

Lo que ocurre es que en muchas actuaciones pecamos de darle a las instituciones demasiada capacidad para cambiar el rumbo de las cosas mediante sus actuaciones y, bueno, creo que estamos viendo cómo las olas llegan y seguramente no podemos evitar que esas olas o ese incremento de incidencia se produzcan; lo que sí que podemos hacer seguramente es retrasarlo.

Por ejemplo, en Madrid la segunda ola pasó en agosto, cuando ha habido sitios que no la han pasado hasta octubre. Cuanto más lejos se pase mejor, porque más posibilidad hay de que haya algún tipo de remedio, porque hay más conocimiento de la enfermedad… Entonces, seguramente podemos retrasarlas, podemos hacer que sean olas más pequeñas y sobre todo podemos hacer que la distribución de la enfermedad no recaiga sobre las personas más vulnerables.

Cuando comenzó la segunda ola se comentó que podía haber un cambio de perfil y, de hecho, había gente que llegó a pensar si había habido algún tipo de mutación que afectase a población más joven, cuando en realidad lo que estaba ocurriendo no era ninguna mutación, era más bien una mutación en la forma en la que nos comportábamos, de forma que muchas personas mayores se habían aislado socialmente, las personas más jóvenes estábamos protegiendo a nuestros mayores de mayor forma, etc.

Sí que es cierto que ha habido algunos intentos de cambio institucional, muchos cambios conductuales por parte de la población, pero nos hemos chocado con la realidad de que las epidemias tienen unas dinámicas determinadas que se basan en aspectos de nuestra sociedad que son de ciclo largo: la forma en que trabajamos, la forma en que socializamos… Entonces, en ese tipo de cosas a lo mejor sí que no ha habido tanto cambio. A nivel sanitario, a nivel de residencias, se han intentado introducir reformas, pero creo que las grandes reformas las veremos cuando analicemos esto de cara a los próximos diez años.

Precisamente comentabas cómo en algunos territorios se ha vivido antes la segunda ola, como en Madrid, y en otras se ha retrasado o ha tenido una incidencia prácticamente nula, como pueda ser en Asturias. No sé si esta crisis está poniendo de manifiesto también lo difícil que es trabajar cuando hay 17 sistemas de salud en España a muchos niveles: farmacológico, de asistencia, etc. ¿Debería recentralizarse la sanidad para poder enfrentar este tipo de situaciones? ¿Qué sí y qué no debe ser único o debe estar centralizado?

Lo que pasa es que ese mismo ejemplo cuando miramos a Alemania nos parece bien cómo lo están haciendo y Alemania tiene probablemente la respuesta más descentralizada del mundo. En Alemania cada uno de los landers actúa de una forma prácticamente autónoma. Yo creo que lo que podemos achacar a la respuesta que hemos tenido es no tanto una falta de unicidad, una homogeneidad en la respuesta, como la falta de una coordinación en la misma.

Pero es que esa falta de coordinación en la respuesta bebe de una década de un debilitamiento atroz de quien tendría que llevar a cabo esa labor de coordinación, que son los servicios de salud pública dependientes del Ministerio de Sanidad. En el año 2011 se aprueba la Ley General de Salud Pública. Esa ley se mete en un cajón y no vuelve a aparecer hasta hace unos meses, y ahora resulta que era la ley imprescindible. Esa normativa seguramente habría dado la capacidad para coordinar a nivel institucional y para dar recomendaciones homogéneas que después cada comunidad autónoma pudiera aterrizar, pero de forma que las recomendaciones fueran desde abajo a arriba y no que cada lugar emitiera unas recomendaciones que después el Ministerio intentara como aglutinar, intentando contentar a todo el mundo de una forma poco exitosa.

La creación de una Agencia Estatal de Salud Pública, el desarrollo de los sistemas de información, que es una de las cosas que se han achacado mucho, el tener los datos, que fueran los que queríamos, todo esto en realidad está en una ley que tenemos aprobada, pero no desarrollada, así que esperemos que ahora sea el momento. Yo no creo que sea ni por un lado cultural, de decir de que cada uno va a su bola, ni estructural, en el sentido del diseño de la estructura de las comunidades autónomas, porque tenemos ejemplos como Alemania, en los que hay entornos de alta descentralización que dan respuestas potentes.

Por otro lado, creo que sí que ha habido decisiones coordinadas que han hecho que comunidades autónomas que se encontraban en una situación más tardía en cuanto a la evolución de la pandemia se han podido beneficiar, como ha podido ocurrir cuando se cerró todo en marzo. Yo siempre que digo que en marzo llegamos tarde a Madrid pero llegamos pronto en otras comunidades, porque hay muchas comunidades autónomas que deben una parte importante de su buena primera curva a que fueron confinadas en el momento en que se confinó Madrid por los malos datos que ya tenía ésta.

Sí que es cierto que esto dejará como principal enseñanza la necesidad de desarrollo de esa ley que ya tenemos aprobada y sobre todo el desarrollo de ese ente que es la Agencia Estatal de Salud Pública que existe en muchos otros países y que aquí debería ser un agente central en el desarrollo de políticas de salud pública. Pero el hecho de que en un sitio se tomen unas medidas y en otro otras, teniendo en cuenta además que tampoco tenemos muy claras cuáles son las medidas correctas… Porque hay sitios en los que hay medidas que hemos visto que han funcionado y otras que no, personalmente no me resulta tan alarmante. Me resulta más alarmante que las medidas sean incoherentes, que hoy se diga que nos podemos reunir diez y mañana que no, que mejor seis y pasado mañana hay un concierto de cinco mil personas… Creo que este tipo de cosas hacen mucho daño a la credibilidad de las medidas de salud pública.

Y también tiene que ver con el agotamiento de la población. Si has estado intentando tener un comportamiento más restrictivo y de repente ves que tienen lugar acontecimientos como el concierto de cinco mil personas, de alguna manera incitas un poco al mal comportamiento…

Sí, cuando hablamos de que el virus está aquí para quedarse o al menos que vamos a tardar un mínimo de un año o año y medio en tener una cifra de vacunación que verdaderamente sirva como una herramienta de control definitivo de la pandemia –en el caso de que la vacuna muestre ese buen comportamiento como todos esperamos-, cuando hablamos de ese convivir con el virus, nos olvidamos de que podemos convivir con el virus si las instrucciones institucionales son sencillas, claras y coherentes.

Porque convivir con el virus básicamente lo que quiere decir es: asumir el aprendizaje de estos meses previos, integrarlo con las recomendaciones que nos dan desde las instituciones y a partir de ahí hacer una gestión del riesgo que sea clara, que sea coherente y que no nos exponga a un incremento del riesgo que ponga en peligro a las personas que nos rodean. Pero cuando las respuestas que nos dan desde las instituciones son cambiantes e incoherentes la gente pierde elementos para comportarse de forma autónoma en la gestión del riesgo. Entonces, ¿qué ocurre? Pues una situación de cansancio, en la que uno ya lo que quiere es dejarlo todo atrás, encima con la vacunación en el horizonte, que parece que eso también nos desincentiva para sacrificarnos por muchas cosas.

Pero eso, como dijo el otro día el ministro de Sanidad, Salvador Illa, "no es el fin pero es el principio del fin". Bueno, pero es que principio del fin ya tiene la palabra fin dentro y ya parece que lo tenemos en la punta de los dedos, entonces creo que ahora mismo los mensajes deberían ser más sencillos y muy especialmente, más coherentes.

Javier Padilla ha publicado '¿A quién vamos a dejar morir?' y 'Epidemiocracia', este último junto a Pedro Gullón. | Imagen: Capitán Swing.
Javier Padilla ha publicado '¿A quién vamos a dejar morir?' y 'Epidemiocracia', este último junto a Pedro Gullón. | Imagen: Capitán Swing.

 

Hacer diagnósticos a posteriori es muy cómodo, pero tomando como base lo que planteas en tus libros, ¿qué medidas podrían haber evitado el coronavirus o al menos haber minimizado su expansión y sus efectos?

Lo que pudiera haberlo evitado seguramente son aspectos estructurales de la economía global. Si nos ponemos a mirar cuáles son los aspectos que favorecen la aparición de este tipo de pandemias, especialmente la que estamos viviendo y que hace que nuestras sociedades sean más vulnerable a ellas, hay dos aspectos a señalar principalmente. Por un lado, el aspecto ecológico: sabemos que desde hace 30 años ha habido un incremento del número de epidemias y de brotes y que se relacionan con el incremento de la invasión de los ecosistemas. Es decir, cada vez tenemos un contacto más íntimo, cercano e invasivo con ámbitos de nuestros ecosistemas con los que antes no lo teníamos, lo que favorece la posibilidad de que un microorganismo salte de un huésped al ser humano, y ahí se produzca lo que se produzca, porque a partir de ahí perdemos el control.

Por otro lado, tenemos una dinámica de transportes tanto a nivel de turismo como de negocios que favorecen que si un microorganismo salta en el día de hoy de un animal a un ser humano se pueda transportar a cualquier punto del planeta de forma masiva en cuestión de horas. Esto es el caldo perfecto. Esto es una cosa que paradójicamente reflejó muy bien hace algunos años la película Contagio (Steven Soderbergh, 2011), que básicamente muestra cómo una epidemia de transmisión respiratoria se puede transmitir de una forma extremadamente rápida a todo el mundo por medio de los viajes de negocios y de turismo.

En avión, además, no en patera.

Sí, sí, sí, desde luego. Este tipo de pandemias van a llegar en avión, no en patera, eso hay que tenerlo muy claro… Entonces, una de las medidas al respecto para evitarlas es evitar la invasión de ecosistemas. No estamos hablando de nada sanitario, no estamos hablando de nada de políticas de salud pública que vayan a hablar de atención sanitaria, de prevención, de cribados… No, estamos hablando básicamente de conservar los ecosistemas porque esa es la forma de evitar que este tipo de pandemias se propaguen.

Y lo siguiente es el aprendizaje. Una de las cosas que más sorprenden de lo que estamos viviendo es que en muy poco espacio de tiempo se está adquiriendo muchísimo conocimiento, incluso en el mismo proceso de la vacuna, que es algo que está levantando mucha suspicacia, algo que normalmente llevaría cuatro o cinco años se ha conseguido en meses… ¿Qué aprendizaje nos va a dejar la pandemia en ese sentido?

Sí, hay mucho aprendizaje que se puede sacar ya, aunque hay que tener cuidado en evaluar el desempeño de los países antes de que se acabe la pandemia porque, por ejemplo, podríamos pensar que los países del Este han tenido un desempeño excelente y realmente lo único que había ocurrido es que no había entrado por ahí el bicho, había entrado por los países donde la tasa de viajes es mucho más elevada, como puede ser Reino Unido, Francia, España o Italia y entonces habían estado más protegidos. Pero esta segunda ola está impactando en países como Eslovenia, Eslovaquia, Croacia y Hungría de forma tremendamente importante. Entonces, hay que tener una mirada larga a la hora de tomar decisiones. Lo que sí que está claro es que esto ha cambiado muchas formas de funcionamiento y sobre todo en el ámbito científico. En relación con la vacuna mucha gente dice que vamos a sacar una vacuna en tan sólo un año cuando el proceso para sacar una vacuna son cinco o diez años. Ya, bueno, es que nunca ha habido tanta atención, tantos fondos, tantos recursos destinados a la realización y al desarrollo de una sola prestación científico-técnica. Lo que no podemos hacer es evaluar los ritmos de la ciencia con el prisma pre-covid, que es un marco totalmente distinto.

Esto tiene cosas buenas y cosas malas, está claro. Por un lado, parece que ahora en términos de conocimiento lo único que existe es el Covid, de forma que seguramente en unos años veremos cómo hay una desfinanciación importante de muchas patologías que no son el virus y de las que ahora nadie se acuerda. Y luego habrá que evaluar la ciencia Covid que se está haciendo. Sí que es cierto que alabamos mucho la generación del conocimiento que se está produciendo en tiempo real, pero muy probablemente una parte importante de ese conocimiento es conocimiento inútil y que está simplemente basado, digamos, en la palmadita en la espalda en términos académicos. Seguramente se esté publicando mucha basura y esto también es algo que tendremos que analizar.

Y luego hay otro aspecto que es que tenemos que mirar quién está generando ese conocimiento, porque una cosa que hemos visto es que cuando comenzó el confinamiento los científicos varones comenzaron a publicar y a mandar muchos artículos a las revistas mientras que las científicas mujeres disminuyeron su nivel de actividad publicadora, y eso es claramente porque una situación como la pandemia nos ha puesto en el centro de una crisis de cuidados, que también es un aspecto fundamental en la gente que genera conocimiento.

Y en todo lo demás, porque si algo hay que destacar de la pandemia es el impacto en dos grupos que no son productivos. Los mayores, por ser las principales víctimas mortales y porque ha visibilizado en qué condiciones viven en las residencias, y la infancia. En una entrevista mencionabas que Pedro Sánchez en su discurso sobre el estado de alarma no mencionó ni una sola vez a la infancia y sí, cuatro o cinco veces, a los perros…

Yo creo que está claro que la crisis de cuidados ha sido muy vertebradora de todos estos meses básicamente porque ya era vertebradora de lo anterior, lo que pasa es que ahora parece que la gente ha tenido que meterse en sus casas para darse cuenta de lo que está ocurriendo dentro de ellas. Lo que ha ocurrido con los cuidados y con los colectivos que precisan cuidados con especial intensidad, como son los niños y las niñas y las personas mayores, ha sido un olvido flagrante. Pues eso, lo que comentabas de la rueda de prensa era muy llamativo, acababa la rueda de prensa y uno sabía si podía o no podía sacar a pasear al perro, pero no quedaba claro lo que se podía hacer con los niños, que estuvieron más de 50 días encerrados dentro de casa básicamente porque eran señalados como una suerte de súper contagiadores y ahora nadie les ha pedido perdón.

No solamente eso, sino que siguen teniendo una serie de medidas restrictivas que no tienen mucho sentido…

Sí, sí, en los colegios y en los parques… Está claro, y este primer trimestre que acaba de terminar creo que se ha saldado, en términos generales, en gran parte por el esfuerzo que han hecho el personal docente de los centros educativos, de una forma mucho más positiva de lo que podíamos imaginar. Los centros educativos no han sido dinamizadores de las dinámicas de transmisión sino que han sido simplemente espejos de lo que estaba ocurriendo fuera de ellos.

Con esto de cómo hacer click en relación a la crisis de los cuidados, yo creo que ha habido varios ítems importantes respecto a grandes medidas que podrían ayudar. Por un lado, al principio sí que parecía muy claro, había muchas voces que reclamaban la implantación de una renta básica de emergencia, que en términos generales, lo que viene es a tocar al punto de flotación de eso que se llama el conflicto capital-vida, esa necesidad que tenemos de trabajar para poder subsistir, pero que muchas veces trabajando tampoco podemos subsistir y mucho menos lograr que otros subsistan. Creo que sí que es cierto que la pandemia ha hecho que el debate sobre la renta básica haya avanzado algún puntito y creo que en las últimas semanas ha habido otra propuesta que ha centrado el debate público y el debate político de una forma muy importante y que yo no tengo muy claro si en la era pre-covid lo habría centrado de una forma tan importante, que es la reducción de la jornada laboral a 32 horas o a cuatro días a la semana. Creo que cada vez vemos tomar más fuerza desde determinados ámbitos de la política medidas encaminadas a trabajar menos, a distribuir el trabajo y a que la liberación de tiempo del trabajo formal pueda destinarse no solamente a la realización de trabajo informal o de cuidados sino también a la realización personal por medio del ocio, y este tipo de cosas que están ganando fuerza en determinados ámbitos de la política no sé si la habrían ganado antes del Covid.

Soy muy reacio a pensar que el Covid es una oportunidad, porque creo que el virus básicamente lo que ha hecho es deflagrar nuestra sociedad, pero sí que creo que es cierto que abre un escenario de acción para medidas que se habían ido trabajando antes. Y creo que si hay dos ámbitos que previamente venían trabajando muchas cosas son todas las propuestas que vienen de los feminismos y todas las propuestas que vienen del ecologismo. Y en la conjunción de eso, el ecofeminismo, es donde la crisis de los cuidados tiene su máxima expresión, y es ahí donde yo creo que vamos a ver muchas propuestas en los próximos años.

¿Cómo crees que va a quedar la sanidad pública cuando acabe todo esto?

Creo que vamos a vivir ahora un escenario de dos o tres años donde desde ningún ámbito político va a haber mucho atrevimiento a la hora de disminuir presupuestos. Yo creo que sí que se va a poner una especie de vacuna al gasto sanitario público durante dos o tres años o lo que quede de legislatura y después habrá que ver.

La sanidad va a salir reforzada desde el punto de vista de bien social, pero muy perjudicada desde el punto de vista de cómo deja a la estructura de profesionales, que está tremendamente envejecida, tremendamente precarizada, con mucha temporalidad y con la sensación de que en el momento de la verdad quienes mandan les han dejado atrás. Hay un proceso ahí de reconstrucción interna y de lamerse las heridas que veremos a ver cómo queda. Yo creo que esto sí que va a ir por barrios, pero tengo la esperanza de que al menos haya sitios donde sí que haya una apuesta por la salud pública y que la salud pública tire también de esa apuesta por la atención primaria, básicamente porque no queda otra.

Está claro que hemos visto cómo el país que siempre se ha jactado de tener los hospitales más desarrollados, la mayor capacidad tecnológica y la mayor capacidad de camas, etc., como es Estados Unidos ha tenido una respuesta lamentable. Porque la capacidad que tenemos de dar respuesta ante una situación como esta no tiene nada que ver con tener una gran capacidad tecnológica, sino que tiene básicamente que ver con tener una gran capacidad para cuidarnos todos, y esto reside más en la salud pública, en el ámbito de la atención primaria, en el ámbito de lo residencial, de lo socio-sanitario y no tanto en el ámbito hospitalario.

Y esta situación de precariedad en la atención sanitaria que estamos viviendo por esta crisis, ¿no corre el peligro de convertirse en normal?

Yo creo que nos queda un tiempo de transición. Sí que es cierto que en el ámbito de la atención sanitaria tener la posibilidad del teléfono en el momento del mayor desastre fue una posibilidad positiva y ahora hay que ver cuál es su encuadre, tanto de lo telefónico como de otras herramientas de lo no presencial: la videollamada, el correo electrónico… Que eran tecnologías de prestaciones que antes de que llegara el Covid eran muy publicitadas por la sanidad privada como beneficios de tener un seguro. Lo que ocurre es que ese tipo de asistencia es válida para contextos determinados, para problemáticas determinadas y siempre teniendo en cuenta que tiene una gran capacidad para generar desigualdades, que es otra de las cosas importantes.

Además, genera desigualdades en los dos grupos que habíamos mencionado antes que son los que habíamos dejado morir: con las personas mayores y con las personas que puedan tener un menor acceso a dispositivos electrónicos. Yo creo que sí que hay una tendencia a que cuando todo se relaje la vuelta a la presencialidad sea innegable. Vamos, yo tengo ahora mismo mitad y mitad de presencialidad y no presencialidad en mi consulta, pero sí que es cierto que en términos generales hay algunas de las medidas que se han implantado que habrá que ver qué pasa con ellas, porque se ha abierto una puerta de excepcionalidad a muchas cosas, como es el traslado de profesionales de un sitio a otro, cancelar vacaciones en cuanto hay un mínimo empeoramiento… Parece que se ha abierto una discrecionalidad para ciertas medidas que parece que no hay que justificar porque basta con nombrar la palabra Covid para justificarlas, y habrá que ver cómo se queda eso, porque también la institución sanitaria se acostumbra muy fácilmente a ese tipo de vicios.

¿No hay un intento deliberado de dejar la sanidad pública como algo residual, como algo caritativo, como era en el franquismo y acercarla más al modelo americano?

Yo siempre digo que al modelo americano no vamos porque es un modelo de competición entre aseguradoras y aquí lo que tenemos es un modelo de parasitación de lo público. Nadie está más contento que las aseguradoras en España porque tienen un negocio sostenido gracias al funcionamiento de la pública. Yo creo que a ese respecto no es el lugar hacia el que vamos. Yo no señalaría tanto una intencionalidad política en la respuesta concreta que se da en el ámbito del Covid como que durante años ha habido una intencionalidad política determinada en cómo se gestionaba la sanidad pública y la respuesta al virus se ha dado a lomos de esa estructura generada previamente.

Es decir, aquellos lugares en los que había un servicio de salud pública más potente con una comunicación con la atención primaria más fortalecida y que encima además estuviera con una dotación de camas adecuada. Eso, que sí que ha habido una intencionalidad política en mantenerlo y en priorizarlo, ha hecho que la respuesta que se haya podido dar ante la crisis del Covid haya sido la adecuada.

Y en las que ha sido todo lo contrario: una debilitación de lo público, especialmente en la atención primaria, una destrucción de la salud pública, total y absoluta, entonces cuando ha llegado el Covid la repuesta que se ha dado es otra. Yo no diría que tanto por una intencionalidad en el ámbito de la respuesta más centrada en el virus sino sobre todo porque llevaban años construyendo una estructura que les ha llevado a dar esta respuesta. Y luego hay excentricidades como el hospital de pandemias, etc., pero bueno, esto ya son como las performances de cada lugar.

Sí, pero bueno, las performances que nos cuestan el dinero…

Claro, claro, las performances nunca son gratuitas.

Javier Padilla (derecha) junto a Pedro Gullón (izquierda), coautores de 'Epidemiocracia'. | Imagen: Capitán Swing.
Javier Padilla (derecha) junto a Pedro Gullón (izquierda), coautores de 'Epidemiocracia'. | Imagen: Capitán Swing.

 

En Epidemiocracia hablais también de otras epidemias, como las casas de apuestas o la ansiedad. Es muy interesante lo que explicáis sobre la ansiedad como una reacción del cuerpo ante una situación adversa. Eso ocurre con otras situaciones, ¿no? Esta cosa de que ante cualquier adversidad te recomienden ir a terapia, cuando lo que necesitas es ayuda…

Claro, la psiquiatría y los dispositivos de salud mental siempre han sido utilizados como dispositivos de normalización. Entonces sí, está claro que ahí tenemos un problema. Cuando se empezaba a aprobar el ingreso mínimo vital tanto Pedro Gullón como yo decíamos que muy probablemente su aprobación sería la mejor política de salud pública que podía hacer el Gobierno. Luego la cosa ha resultado ser un poco chasco, la gente no tiene capacidad para poder acceder a él, etc., pero sí, en salud en general pero muy concretamente en el ámbito de la salud mental solemos verla como una cosa inmaterial porque tenemos un imaginario que está muy vinculado a la mente, a la psique, a una especie de nebulosa que no podemos materializar de ninguna manera, pero pocas cosas más materiales que los trastornos de salud mental en muchas ocasiones y la dependencia de cuestiones materiales de materialidad, de renta, de cuidados, etc., que son muy claras.

Y las casas de apuestas tienen que ver con esto. Y es una epidemia muy inducida, porque están muy elegidos los lugares donde se instalan…

Sí, claro. Si hablamos de que el Covid entiende de clases, la epidemia de las casas de apuestas también entiende de clases. Las casas de apuestas son el claro reflejo de un sistema económico que ha hecho que haya una parte de la población que sólo pueda aspirar a escalar socialmente por medio del azar y además necesite la activación de los mecanismos de recompensa en términos psicológicos en un vicio como puede ser el de las apuestas. Entonces, donde actúan es en los sitios donde se reúne eso, la gente que no puede aspirar a mejorar su vida más que por un golpe de suerte.

"Las emergencias van a ser la nueva normalidad", decís en Epidemiocracia. ¿Estamos preparados para vivir en eso?

Ahora no, no estamos preparados, está claro, pero si miramos un poco a lo que llevamos de siglo, nos podemos encontrar con 2003 el SARS, en 2009 la gripe A, en 2014 el ébola y ahora esto, que ya sí que ha roto, el Covid. Pero bueno, que en tan solo veinte años tenemos cuatro o cinco grandes episodios de salud global que han tenido la capacidad en un momento dado de haber podido trascender a una situación como la actual.

Entonces no, no estamos preparados, pero probablemente estaremos más preparados de lo que estábamos en febrero. Creo que esa vía nos la señalan los países asiáticos, que decimos lo bien que han respondido al virus pero nos olvidamos de que una parte muy importante de su respuesta se sustenta en los aprendizajes que tuvieron del SARS en 2003. Creo que nosotros también tendremos ese aprendizaje.

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Los tres de… Javier Padilla:

Tres películas / series: la serie Pose (creada por Ryan Murphy, 2018, disponible en HBO y Netflix), que la mencionamos en el libro, la serie Fleabag (creada por Phoebe Waller-Bridge, 2016, disponible en Amazon Prime Vídeo), y la película Assessination nation (dirigida por Sam Levinson, 2018).

Tres programas de televisión / radio: Voy a decir tres podcasts, que supongo que también valen, que es la forma milenial de escuchar radio: Uno de ellos surgió a raíz de la pandemia, que se llama La Colmena, otro que ha terminado ahora su primera temporada que se llama De eso no se habla, y luego otro llamado Deforme semanal.

Tres canciones: For Emma, de Bon Iver, Mi lista negra, de Cuarteto de Nos, y Gallo negro, gallo rojo, una canción popular pero en la versión de Silvia Pérez Cruz.

Tres libros: La Antología de Alejandra Pizarnik, Escalas de justicia (de Nancy Fraser, Herder Editorial, 2008) y El poder del perro de Don Winslow (Literatura Random House, 2009).

Tres referentes: Rudolf Virchow, Concepción Arenal y Nancy Fraser.

Tres momentos históricos: La aprobación del sufragio femenino, la Revolución de Octubre de 1917 y el viaje de Rudoolf Virchow a la Alta Silesia, que es donde nace la epidemiología social.

Tres lugares para visitar: La Ciudad de México, el eje cafetero de Colombia y el archipiélago de San Blas, en Panamá. Ahora es casi utópico…

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Ángeles Castellano es periodista y miembro del equipo de redacción de Consumerismo.

*La foto de encabezamiento es de Capitán Swing.

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