Salud y alimentación

El zumbido de la extinción

La desaparición de polinizadores significaría la perdida del 84% de los cultivos y del 90% de las plantas silvestres. Andalucía lidera el número de colmenas a nivel nacional y produce 7.000 toneladas anuales

Por Ricardo Gamaza

¿Cómo sería el mundo si desaparecieran las abejas? La respuesta es apocalíptica. Estos pequeños insectos son los encargados de la gran parte de la polinización de las plantas que existen en el planeta, de manera que su erradicación traería consigo probablemente la extinción de gran parte de la biodiversidad. La polinización es la fórmula magistral que ha encontrado una gran parte de la naturaleza vegetal para su reproducción; sin polinización no hay fecundación en los óvulos de la flor, haciendo imposible la producción de semillas y frutos. Y entre los principales vectores de polinización brillan con luz propia las abejas. Estas transportadoras de polen garantizan la vida del 84% de los principales cultivos en Europa y casi el 90% de las plantas silvestres. Se calcula que uno de cada tres cultivos desaparecerían del mundo o verían muy reducida su producción.

El zumbido de la extinción se inició en 2006. Ese año se declaró el síndrome de colapso de la colonia, una enfermedad que deja las colmenas desiertas. Las abejas desaparecen sin dejar rastro. En Estados Unidos, años después, esa peste de las abejas hizo que se perdieran casi la mitad de las columnas entre 2013 y 2014. Lo normal hasta ahora era que en años malos se perdíese hasta un 5% de las colmenas, ahora las cifras rondan el 50%.

Los datos sobre la reducción de las poblaciones de polinizadores y en especial de abejas ha levantado las alarmas y se ha evidenciado científicamente que uno de los causantes de esta lenta extinción de las abejas son un tipo de insecticidas denominados neonicotinoides, cuya principal característica es que no quedan sólo en el exterior de la planta sino que afectan a su sistema vascular, es decir, penetran en su organismo y llegan al polen y al néctar. Ya hay evidencias científicas que constatan que esta contaminación ha llegado a las abejas y a otros insectos polinizadores afectando a la salud de todas las colonias infectadas.

Los expertos han identificado los siete insecticidas más dañinos: imidacloprid, tiametoxam, clotianidina, fipronil, clorpirifos, cipermetrin y deltametrin. Sustancias todas ellas muy usadas en agricultura y en altas concentraciones. Los científicos también han identificado sus efectos neurotóxicos en las abejas, con trastornos como la incapacidad de orientarse, pérdida de la capacidad de aprendizaje, aumento de la mortalidad o desarrollo disfuncional que afecta a larvas a y a las reinas. La propia Agencia Europea de Seguridad Alimentaria ha confirmado ya el riesgo de estos plaguicidas. Por ello, varias organizaciones de apicultores y ecologistas se unieron en la Red para la Prohibición de los Plaguicidas Neurotóxicos (RPPN), instando a la Unión Europea a que dé un paso más para impedir el uso de estas sustancias nocivas, ya que hasta ahora sólo se había logrado una prohibición parcial impidiendo el uso de de tres de estos plaguicidas (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina).

Pero si la enfermedad demoledora se diagnostico hace catorce años, ¿cómo es posible que aún no se hayan extinguido las abejas? La respuesta es el sabio manejo ancestral de los apicultores. En primavera dividen las colonias que han superado el invierno (estación de más mortandad para las abejas), de manera que logran que crezcan nuevas colmenas. Pero la batalla está perdida frente a las cifras descomunales de perdida de colonias actuales. En España, el mapa de los apicultores es pequeño y se distribuye geográficamente por pocas zonas, las melíferas, porque combaten en los mercados con producciones de ínfima calidad procedentes en muchos casos de China, con precios contra los que no pueden competir en los supermercados.

España es el país líder en producción de miel de toda la Unión Europea y junto a EEUU, China y Argentina, lideran el sector mundial. Los datos oficiales indican que en nuestro país hay 25.000 apicultores de los que un 20% son profesionales (es decir, disponen de más de 150 colmenas).

En Andalucía, la región líder de producción de miel de España, el negocio de la apicultura es significativo en 488 de los 776 pueblos de la comunidad autónoma. De hecho, Andalucía es la región con mayor número de colmenas con 527.885, que suponen el 22% del total nacional, siendo además España el país que más miel produce de toda la UE. En Andalucía se producen cada año 7.000 toneladas de miel, 300 toneladas de cera al año y 100 toneladas de polen. Según el mapa de Apicultores Andaluces de COAG, que visualiza la localización de las producciones en la comunidad autónoma, Almería encabeza el ranking con 754 explotaciones apícolas, seguida de Huelva con 430 explotaciones, Málaga con 429 más, otras 396 en Sevilla, 386 más en Granada, Jaén con 273, Córdoba con 229 y Cádiz con 205 explotaciones. Según datos de la FAO, por cada euro que las abejas producen en forma de miel, polen, cera y propoleo, revierten veinte en forma de polinización.

Solo para Europa se estima que el valor anual de la polinización es de unos 22.000 millones de euros y unos 153.000 millones de euros a nivel mundial. Pero no es sólo una cuestión económica, es más grave: sin abejas la vida en el planeta sería muy diferente y probablemente imposible para la especie humana. Se calcula que tras la desaparición de las abejas, la extinción de la especie humana se produciría cuatro años después.

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Ricardo Gamaza es periodista y divulgador agroambiental.

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