Según el informe más reciente publicado por el Observatorio de la Lectura y el Libro, en nuestro país existen actualmente alrededor de 4.000 librerías. Es en las comunidades del norte de España donde encontramos una mayor proporción de estos establecimientos por habitante, llegando hasta los 10 negocios por cada 100.000 personas. Más de la mitad de ellas se consideran "librerías medianas" y facturan menos de 90.000 euros al año. Las librerías pequeñas, con una facturación por debajo de los 30.000 euros al año, suponen un cuarto del total.
Ocho de cada diez librerías de nuestro país son independientes (es decir, no pertenecen a ninguna cadena) y el 70% de ellas lleva sobreviviendo desde antes del año 2000. De media, alrededor del 80% de la facturación proviene estrictamente de la venta de libros pero, especialmente en las más pequeñas, la venta de otros artículos (agendas, material de papelería…) tiene un peso importante. Sólo un cuarto de ellas vende por internet. Tienen, de media, 2,6 trabajadores.
Estos datos nos muestran una imagen clara: tres cuartas partes de las librerías de nuestro país son negocios pequeños y, a menudo, familiares. Muchas de ellas subsisten por lo que venden en el periodo navideño, así como en las ferias y festivales, y en las presentaciones de libros y otros eventos culturales que organizan. En nuestro país las librerías son negocios con un margen de beneficio pequeño, aunque su aporte a la sociedad sea literalmente inconmensurable.
Es importante recordar que el importe de los libros que venden no es íntegro para las librerías. Un libro es un producto final que, hasta llegar a las manos del lector, ha pasado por diversos profesionales (diseñadores gráficos, editores, traductores, distribuidores…) a los que corresponden distintos porcentajes del importe del producto final. A los libreros corresponde, de media, un 30% de ese importe. Es decir, de cada libro de 20 euros que compramos, al librero le corresponden tan sólo unos seis euros. Ni que decir tiene que este 30% no son ganancias directas. De ahí hay que sacar para pagar todos los gastos propios de un negocio.

Las librerías constituyen unos de los últimos reductos en los que se puede acceder a la cultura en nuestros barrios. Casi todas organizan multitud de actividades a las que se puede acceder de forma gratuita. Desde cuentacuentos y talleres infantiles hasta clubes de lectura, conferencias o presentaciones de libros (también de autores locales o minoritarios). Por supuesto que no son una ONG y que detrás de la organización de estas actividades está la venta de sus productos o la promoción de su negocio como elemento esencial en las dinámicas del barrio: pero eso no resta nada de valor a iniciativas que fomentan la lectura y que se presentan como una alternativa de ocio positivo.
Cada euro que gastamos en una librería, cada producto que compramos en ella, contribuye a que se mantenga vivo un negocio esencial en nuestro entorno. Con nuestro dinero los libreros hacen malabares para mantener a flote su forma de vida, pero también la de todos los demás. Un euro gastado en una librería es un euro que revertirá en la comunidad convertido en cultura y en ocio positivo. De la misma forma, y por extensión, cada libro que compramos a grandes cadenas internacionales contribuye a que estos negocios se acerquen más al abismo y, con ellos, también uno de los mayores agentes culturales de nuestros barrios y localidades. En nosotros está fomentar un modelo de negocio u otro. Yo tengo clarísimo a quién debo comprarle los libros.
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Juan Naranjo es profesor de instituto y autor de la novela gráfica Mariquita. En redes sociales habla sobre libros y sobre cultura Lgtbi.