Hace unas semanas mientras cambiaba de canal en la televisión (práctica que cada vez está más en desuso con aquello de que nos vamos directamente a Netflix a elegir los contenidos), estaban emitiendo esa película-evento que es Civil War (y de la que surgirían muchas otras como InfinityWar), en donde cualquier tipo de argumento sirve de excusa para que los héroes se líen a mamporros entre sí para comprobar cuál de ellos es más poderoso. En especial si el adalid de los valores constitucionales americanos que es el Capitán América se enzarza en una pelea sin cuartel con Iron Man, ese esplendoroso representante del imperialismo capitalista en donde la fama, la riqueza y la molonidad más absoluta se encuentra íntimamente vinculada al comercio de armas. En esta película se pierde cualquier tipo de alegoría que pueda contener el material original (en este caso, la saga de cómics), en relación a los dilemas éticos y morales que se reflejan en cuestiones de la sociedad actual.
Pues bien, más allá del empacho de superhéroes que son capaces de salir a escena cada diez minutos a batirse en duelo y a ponerse la cara colorada, el argumento de la película se basa en que tras unos sucesos desafortunados que provocan la muerte de una serie de civiles a causa de la intervención de Los Vengadores (el grupo de héroes de los buenos) -que no ha sido la más apropiada-; el Gobierno decide que ese grupo no puede actuar por su cuenta y que debe ser el Estado quien controle y dirija cada una de las acciones que tenga que llevar a cabo dicho supergrupo.
Sin embargo, el cómic en el que se basa la película da mucho más juego para el debate, y es un auténtico festival cinematográfico en viñetas, que invitan a una serie de reflexiones al lector e incluso a los juristas y filósofos, a la hora de plantear ciertas cuestiones trascendentales que podemos vivir en nuestra cotidianeidad.
En primer lugar, porque el inicio de la historia surge de una tragedia descomunal: un talent show que emite en directo el día a día de unos jóvenes con poderes que quieren llegar a ser superhéroes algún día, provocan una explosión en donde unas 600 personas mueren y todo ello, es retransmitido por televisión en directo. Nos encontramos aquí, con la primera de las reflexiones a la que nos invita este cómic: la importancia de los mass media y de las nuevas tecnologías, especialmente las redes sociales, en cuanto a la retransmisión en tiempo real de cualquier desgracia repentina. Hechos como los acaecidos durante los atentados de París o los sucesos en La Rambla de Barcelona, nos demuestran que la tecnología no tiene límites a la hora de proporcionar esa disponibilidad de la información, pero que el ser humano tampoco, siendo interesante el poder reflexionar hasta qué punto la ética o la sensibilidad humana pueden ir parejas a la retransmisión de sucesos desgraciados en donde se publican imágenes de heridos o fallecidos, en donde, además de herir la sensibilidad de cualquier espectador, puede provocar que un familiar o allegado de las víctimas se entere antes de la desgracia por las redes sociales que por los cauces oficiales, generando un irremediable impacto psicológico en la persona que sufre el referido trauma.

En segundo lugar, tras la conmoción mediática y la presencia de algunos de los superhéroes en el funeral de las víctimas, la reacción inmediata de la sociedad es culpar a los héroes de las muertes colaterales causadas y rendir cuentas ante la justicia. Debido a dicha conmoción popular, el Gobierno de los EEUU decide de forma urgente aprobar una nueva legislación para acallar las voces del pueblo y no perder la confianza de los votantes. Discúlpenme ustedes, queridos lectores, si solo soy yo el único que ve ciertos paralelismos con la situación actual de nuestro país, en donde en muchísimas ocasiones no se respeta o se tiene en cuenta la separación de poderes, y mediante casos mediáticos se hace presión popular para cambiar leyes, sentencias o argumentaciones, según nuestro leal (y seguramente bienintencionado) entender pero sin utilizar las armas legales como puedan ser las denuncias, los recursos o las reformas de las leyes, sino que luchamos en las calles y lo convertimos en manifestaciones, ataques y presión, que nos hacen venirnos arriba cuando vemos que el Estado nos hace caso y plantea reformas urgentes y sin ningún tipo de templanza, de normativas que existían desde la década en la que nuestras madres llevaban hombreras.
Casos de un mal llamado interés mediático como los correspondientes a los de la Doctrina Parot, esa madre protectora que es Juana Rivas, el asquerosamente famoso caso de La Manada o la prisión permanente revisable, ponen en tela de juicio la efectividad del ordenamiento jurídico y otorga el poder de la razón y de la impartición de justicia a los medios de comunicación, ya que éstos son los que directamente se relacionan con el ciudadano que es el que se encuentra indignado e, independientemente de su formación académica, su sentido común es la mejor guía para saber cómo han de solucionarse los problemas. Es por ello, que al tratar de temas reales, nos es absolutamente imposible no posicionarnos en un lado o en otro a la hora de manifestar argumentos. Sin embargo, y volviendo al contenido de este artículo, si lo vemos reflejado en un cómic, no nos duele tanto personalmente pero sí podemos ser capaces de reflexionar sobre la existencia de casos tan mediáticos que hagan posible cambiar las opiniones por manifestaciones y las leyes por dictaduras. ¿No deberían ser las personas cualificadas las que emitiesen los argumentos necesarios para actuar a favor o en contra? En el caso de la Civil War, son las manifestaciones del pueblo americano y la presión mediática las que provocan el cambio normativo.
¿Y en qué consiste el cambio normativo? En el tercer punto y en la auténtica base del conflicto en los cómics que surge precisamente de la importancia de la vida personal de los superhéroes, de su identidad secreta, en definitiva, de su intimidad. El Gobierno procede a la creación de una "ley de Registro para superhumanos", en donde se prohíbe la posibilidad de que cualquier encapuchado o vigilante campe a sus anchas salvando a ancianitas o evitando atracos de bancos. A partir de la promulgación de la citada ley, todo humano que tenga poderes tendrá que trabajar para el Estado, el cual llevará un identificador y por supuesto tendrá que desvelar su identidad secreta al Gobierno. Y aquí surge, el verdadero reflejo de la importancia que cada personaje da a la intimidad. Y es que hay muchos de esos personajes que no quieren revelar o quieren diferenciar su vida privada de su vida "profesional". Y hay otros a los que simplemente no les da la real gana. Y ahí está el germen de la autodeterminación informativa, el "habeas data", la protección de datos, o simplemente, la información que queremos dar a los demás sobre nosotros.

Que toda la opinión pública sepa que Tony Stark es Iron Man o que Steve Rogers sea el Capitán América porque ellos mismos son personajes públicos o han querido revelar su identidad (recordemos que uno de los momentos iniciales del universo cinematográfico Marvel es al final de la primera película de Iron Man cuando él mismo se quita el casco en rueda de prensa y desvela su identidad, mientras que el Capitán América es un proyecto del propio Gobierno de los EEUU de los años 40 y por ello, muchos de los federales conocen su identidad), no es óbice para que cada uno piense al respecto de una determinada manera y sirvan para reflejar la dicotomía existente de forma tradicional entre la seguridad y la libertad.
¿Qué es más importante, ofrecer seguridad casi absoluta al ciudadano u ofrecerle mayor libertad? Por suerte o por desgracia, ambos conceptos no son precisamente compatibles y en cada caso concreto se hace necesario evaluar una ponderación de intereses.
Iron Man representa la seguridad: para comenzar, su enorme fortuna se debe precisamente a la venta de material tecnológico y armamentístico. Su modelo de negocio consiste en dotar de una mayor seguridad a los países a través de la adquisición de maquinaria armamentística. Es por ello que se consolida como un firme defensor del registro de superhéroes, para asumir el control y pedir responsabilidades a cada uno de ellos en caso de que no actúen diligentemente.
El Capitán América representa la libertad como garantía de los derechos fundamentales, y en particular el de la privacidad, como uno de los pilares de la Constitución. El Capi es consciente del riesgo que puede suponer para la integridad física y vital de los familiares, amigos y vecinos de los superhéroes que carezcan de recursos económicos, el exponer y registrar los datos correspondientes a su vida privada.
Por poner un ejemplo muy drástico es como si en un edificio en donde hay un riesgo de sufrir un ataque terrorista se instalaran cámaras de videovigilancia incluyendo las zonas correspondientes a los aseos; mientras Tony Stark considera plenamente legítimo la instalación de las mismas por la seguridad de las personas, el Capi lo consideraría demasiado intrusivo y buscaría medidas alternativas a captar la imagen de una persona en el cuarto de baño.
Lo interesante de estos dos puntos de vista es que cada uno de ellos tiene sus pros y sus contras, y al final lo normal es que cada uno de nosotros nos vinculemos a uno de los dos lados, el de la seguridad o el de la libertad, argumentando la necesidad de cada uno de nuestros postulados sin la obligación de llegar a tener que elegir un bando como en el cómic, para liarse a mamporros.

Evidentemente esos dos personajes representan los dos extremos del argumentario, pero pueden existir personas que realmente no se identifiquen con ninguno de los dos bandos (como Thor), que sean ajenos a dicho debate (como Hulk, que en el momento de la contienda se encuentra en la saga Planet Hulk), que generen rencillas internas de grupo (como en Los 4 Fantásticos, en donde la división de opiniones divide el grupo en dos a pesar de que las identidades de todos son conocidas, y que provocarán el divorcio entre Sue y Reed Richards y llevarán a los hermanos Storm por un lado, y a Mr. Fantástico junto a La Cosa por otro). Pero es sin duda alguna el personaje de Spiderman el que más da que pensar, ya que en un primer lugar se decanta a desvelar su identidad en una rueda de prensa pública la cual es a día de hoy una imagen iconográfica de los cómics, quitándose la máscara delante de cientos de periodistas, y todo ello para contentar a su mentor y al que le debe tanto por proteger a su familia que no es otro que Iron Man, para en un último lugar revelarse y formar parte del bando del Capi para luchar por lo que para él ha significado durante tantos años salvaguardar su identidad secreta.
Porque, imagínense que ese registro de superhéroes se filtra, se roba o se publica en Forocoches, cual brecha de seguridad que afecte a las identidades civiles, y con ello se pusiera en bandeja a malintencionados (normalmente los villanos) hacer un uso desproporcionado de los mismos como puedan ser presentarse en su casa, acceder a su cuenta corriente o ver a qué números de teléfono llama habitualmente para buscar quiénes son los seres queridos de cada uno. Pues brechas de seguridad de ese calibre se dan día tras día, no únicamente por el Gobierno, si no por empresas con mucho poder adquisitivo y mediático, y que prefieren salvaguardar sus intereses económicos a garantizar las libertades de los usuarios y ciudadanos.
Y podemos dar fe de ello sin necesidad de recurrir a ningún cómic; pero si pueden refugiarse del calor en unas buenas viñetas que le ayuden a pensar con una perspectiva absolutamente objetiva, ni duden en contar con mi beneplácito.
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Jesús Acevedo es abogado y mediador.