En 1980 el sarampión causaba más de dos millones de muertes al año en el mundo. Entonces no estaba generalizado entre la población el uso de la vacuna. Ahora, cuando creíamos que esta enfermedad estaba casi desaparecida, o al menos controlada, la situación ha cambiado y a principios de abril hemos conocido la existencia de un nuevo brote en la capital del mundo desarrollado, Nueva York. ¿El motivo? No es que haya una mutación del virus ni que las vacunas ya no tengan efecto para su prevención. Es, simplemente, que el movimiento antivacunas cada vez acoge a más adeptos sin que haya pruebas científicas que avalen sus teorías.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ofrece unos datos provisionales para 2019 de los casos de contagio por esta enfermedad y señala que se han multiplicado por cuatro en todo el mundo entre los meses de enero y marzo, hasta llegar a los 112.000 contagios. E insistimos, no se trata de una cuestión relegada a los países menos desarrollados. En Nueva York, el foco de este nuevo brote de sarampión surgió en el barrio judío ultraortodoxo de Williamsburg, en Brooklyn, cuya comunidad rechaza la vacunación. Es el segundo que ocurre en 25 años en los Estados Unidos, con 359 casos desde el pasado octubre. Y no es la única ciudad del llamado primer mundo donde ha ocurrido. En Italia y Francia la falta de vacunación también ha creado brotes del virus entre la población.
La fórmula es sencilla: cuando los niveles de cobertura de la vacuna bajan en una comunidad, la inmunidad del grupo se debilita y ese paraguas de protección que debería existir deja de proteger a los pacientes más vulnerables, los niños pequeños no vacunados y las personas inmunocomprometidas, con consecuencias que pueden llegar a ser desastrosas.
La falta de acceso a las vacunas en algunos países en vías de desarrollo o la propia precariedad producida por los conflictos bélicos que sufren siempre han sido causa de que los casos de contagio por sarampión sigan manteniéndose. Ahora la situación empeora por la propaganda antivacuna que se ha extendido, no ya por los territorios en desarrollo, sino por todo el mundo, entre la comunidad ultraortodoxa y otras muchas, y que alega que inmunizar provoca más daños de los que previene. La doctora Soumya Swaminathan, directora general adjunta de la OMS para Programas ya alertaba a finales de 2018 en un comunicado de la propia OMS de que "el resurgimiento del sarampión es motivo de gran preocupación, ya que se han producido brotes en todas las regiones, en particular en países que habían logrado eliminarlo o estado cerca de conseguirlo". Y ese es el gran problema: un enemigo que creíamos vencido, vuelve como el villano de una película para hacer estragos entre la población, y lo hace a nivel mundial.

Aunque el peor enemigo de todos es la desinformación. Ahora que vivimos en una sociedad que tiene acceso a todo, nos encontramos más perdidos que nunca. Los rumores y la propaganda antivacuna corren como la pólvora mundialmente alertando de que la vacunación "aumenta el riesgo de autismo" o "el sarampión no es tan peligroso". Nada basado en la realidad. La OMS lo deja claro: "el sarampión es una enfermedad grave y muy contagiosa que puede causar complicaciones debilitantes o fatales, como encefalitis, diarrea y deshidratación graves, neumonía, infecciones de oído y pérdida permanente de la visión. Los lactantes y los niños pequeños con desnutrición y sistemas inmunitarios débiles son particularmente vulnerables a las complicaciones y la muerte". Su vacuna, añade, "que se viene utilizando desde hace más de 50 años, es segura, eficaz y barata". Los beneficios son tangibles: se estima que entre 2000 y 2016 la vacunación evitó 20,4 millones de muertes.
"Sin medidas urgentes para aumentar la cobertura vacunal e identificar poblaciones con niveles inaceptables de niños infrainmunizados o no inmunizados, corremos el riesgo de perder décadas de progreso en la protección de los niños y las comunidades contra esta enfermedad devastadora, pero totalmente prevenible", advierte Swaminathan.
En Nueva York la respuesta a los recientes brotes ha sido contundente. Se han cerrado escuelas talmúdicas con bajo índice de vacunación, se ha impuesto el estado de emergencia médica, así como la obligación de vacunarse e incluso, han amenazado con multas de mil dólares a los padres que se nieguen a ponérselas a sus hijos. Nada desorbitado si tenemos en cuenta que estamos hablando de una enfermedad altamente contagiosa y que se propaga nada menos que por el aire, por medio de tos, estornudos o cualquier contacto directo con secreciones infectadas.
En España la situación parece estar por el momento controlada. El país se sumó en 2001 al Plan de Eliminación del Sarampión en el territorio nacional, uniéndose así al objetivo europeo para la erradicación de esta enfermedad puesto en marcha en 1998. En el calendario de vacunación infantil, la triple vírica (sarampión, rubéola y parotiditis) se aplica a los pequeños desde 1981 de forma gratuita. Aunque no podemos bajar la guardia, ya que la vacunación es una recomendación en nuestro país, no una obligación, y la falsa creencia de que son perjudiciales puede disminuir el número de inoculaciones. A pesar de cumplir los niveles óptimos de vacunación, la OMS ha registrado también en España un aumento de los casos de infección por este virus en los últimos dos años.
Y como frente al sarampión, la mejor prevención es la vacuna; frente a la desinformación, lo mejor son las campañas educativas. Es primordial que junto a la tarea de apoyo y aumento de la vacunación, se fomente desde los gobiernos una mejor educación sanitaria para hacer frente a las informaciones erróneas o indecisiones a la hora de inmunizar a los menores. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, las campañas para mejorar la cobertura vacunal en 2016 dieron lugar a una reducción de las muertes en un 84%, un porcentaje lejos de la meta del 95% que se proponían alcanzar con el Plan Estratégico Mundial contra el Sarampión y la Rubéola 2012-2020 para el año 2015. Ahora, la siguiente tarea es el objetivo de cara al próximo 2020: lograr la erradicación de estas enfermedades, como mínimo, en cinco regiones de la OMS.
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Lydia López es periodista y miembro del equipo de redacción de Consumerismo.