La familia, ya sea nuclear, monoparental, adoptiva, de padres separados, compuesta, homoparental, extensa, etc., es el primer grupo de referencia que tiene una persona y debe servir de modelo en los patrones de comportamiento, los valores, las creencias, las normas, las actitudes y las decisiones y, en el caso que nos compete, en los hábitos de compra y consumo responsable y crítico de un individuo.
Como decía Philippe Meirieu en su libro Frankenstein Educador "la familia se ha convertido en un conjunto de personas que utilizan la misma nevera". Y nada más lejos de lo que tendría que ser integrarse en la domus donde se debe educar en respeto, hábitos que adquirir, códigos que aprender y obligaciones a respetar.
Ward, en 1974, también afirmó que "la socialización del consumidor es el proceso por el que los niños y las niñas adquieren habilidades, conocimientos, y aptitudes relevantes para su funcionamiento como consumidores en el mercado".
¿Por qué es importante analizar la influencia de la familia en el comportamiento del consumidor? Por varias razones: muchos productos se consumen en familia, se crean influencias intensas entre los miembros por los lazos afectivos que tienen, las prioridades de gasto dependen de las decisiones familiares, aparecen los procesos de socialización en el consumo, es decir, los miembros de la familia adquieren habilidades, conocimientos y actitudes relevantes para poder operar en los mercados, se crean hábitos de consumo transferidos por la familia y se aceptan o rechazan ciertos productos según la decisión de compra de la familia.
Por todo lo dicho, la relevancia que tiene la unidad familiar como primer grupo de referencia es esencial. La familia es la unidad social de mayor influencia en la conducta de sus miembros, particularmente en lo que tiene relación a conductas de consumo. En ella es donde se empiezan a formar los patrones de consumo, es el lugar donde se aprende a consumir, y continúa reforzándose por años.
Las actuaciones de las familias, sus comportamientos cotidianos, valores y comentarios tienen una influencia incuestionable en sus hijos e hijas, ya que la atmósfera familiar, lo que ven y lo que oyen afectan a la formación de su personalidad. Por tanto, es muy conveniente que una educación para un consumo responsable sea una educación basada en una actitud racional, crítica y responsable ante el fenómeno del consumo y que se inicie en la familia a la edad más temprana posible.

Los padres y madres deben ser conscientes de no satisfacer, ni mucho menos, todos los caprichos de sus hijos e hijas. Por el contrario, es importante que entre el deseo y la realización del deseo medie no sólo un cierto tiempo, sino que procuren que se ganen aquello que aspiran a conseguir.
La sustitución del consumismo y despilfarro es una labor que debe adquirirse en el seno familiar. El diálogo en él respecto al tema del consumo responsable y sostenible es imprescindible, y debería comenzar por reconocer que el consumo se inicia en el hogar y que, muchos de sus hábitos son heredados y los han aprendido de la familia. De esta forma, los hijos e hijas se irán concienciando de las posibilidades económicas familiares y se verán obligados por los hechos a contemplar el principio de realidad en lugar de guiarse solamente por el principio de placer.
Es misión también de los padres y madres adoptar una actitud crítica con ellos, dejándoles claras sus posiciones, pero fomentando al mismo tiempo que tomen sus propias decisiones y vayan adquiriendo una progresiva autonomía personal.
Otro campo en el que la familia tiene mucho que decir es el de unir el consumo responsable, racional y crítico con la calidad de vida, la defensa del medioambiente y un modelo de desarrollo sostenible. Concienciando para ello en el reciclaje, en el ahorro de energía, en el uso de energías renovables, en el consumo local y de proximidad, en leer etiquetas, en conciencia de sobreexplotación animal...
El diálogo familiar ante el bombardeo publicitario constante debe ser fundamental. Es indudablemente positivo comentar en casa los anuncios que salen en televisión, los mecanismos de persuasión y su poder para manipularnos. Los adolescentes deben comprender las contradicciones que existen entre los eslóganes y cómo la publicidad juega abiertamente con deseos.
Es por todo ello, que los padres y madres deben ayudar a sus hijos para que sean conscientes de que pueden elegir su propio camino o dejarse arrastrar por lo que otros han decidido que compren y consuman y deben ser un ejemplo constante y desde muy temprana edad con respecto al consumo responsable, el ahorro y el medioambiente.
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Almudena Álvarez es responsable técnica de la Escuela de Formación Consumerista de la Fundación FACUA.