Soledad Castillero (Montalbán, 1987) es antropóloga e investigadora en el Instituto de Migraciones de la Universidad de Granada. Especializada en el campo de la producción alimentaria e inmigración, esta cordobesa ha ganado el premio Memorial Blas Infante 2021 con Las Sin Tierra. El mito de la musa andaluza.
En este trabajo aporta una visión personal y reivindicativa de los feminismos andaluces, y entierra los tópicos y los estereotipos que todavía hoy perviven en torno a la mujer andaluza, sexualizada y mitificada en muchas ocasiones, e invisibilizada en sectores como el agroalimentario, donde sigue siendo el eslabón más débil de la cadena.
¿Cuándo y cómo surge la idea de escribir un libro sobre las mujeres andaluzas?
La idea parte de dos polos. Por una parte mi militancia dentro de los feminismos andaluces, ese término que acuña Mar Gallego y que despierta desde distintos sectores como el activismo, el sindicalismo, el periodismo, el mundo del arte, la academia… A ello se una mi labor como antropóloga y el trabajo de campo que he venido desarrollando junto a colectivos de mujeres como el de Jornaleras en Lucha de Huelva.
Me daba cuenta de que en las grandes artes se había museificado mucho el ente de la mujer andaluza, que ha pasado a la historia muy mitificada, muy sexualizada, muy orientalizada, sin agencia política transformadora propia y sin capacidad de acción y organización. Cuando la mujer tomaba vida, esas condiciones que eran aceptadas en esa museificación luego eran condenadas en la vida real.
Un ejemplo lo tenemos en el cuadro de La chiquita piconera de Julio Romero de Torres que el Estado se agenció como imagen nacional de España, una imagen que representaría el culmen de la belleza andaluza y en concreto de la belleza cordobesa y cuyo nombre de la protagonista, Teresa López, ha sido totalmente oculto.
Es un nombre que no resuena, que no ha tenido el papel que se le debió de conceder. De hecho fue una mujer que sufrió un desahucio, que murió viviendo de forma muy precaria. En una de las pocas entrevistas que hizo relata que posar para esa pintura de alguna forma le arruinó la vida. La sociedad desterró esa insinuación, esa mirada y esa pose que se muestra en el cuadro cuando además solamente la cara es la suya, pues tenía quince años y el cuerpo es de una mujer, no de una niña de quince años.
Históricamente, la mujer lo ha tenido mucho más complicado que el hombre a nivel laboral, social, familiar... En el caso de las mujeres andaluzas, esta losa seguramente haya sido doblemente pesada. ¿Por qué ha sido y, me atrevería a decir, sigue siendo así?
En la mayoría, si no en todos los ámbitos de la vida, las mujeres hemos tenido esa doble o triple carga, dependiendo de las intersecciones que nos atraviesan. Hablamos de mujeres en general pero no es igual ser mujer en el mundo rural y vivir en una pedanía que vivir en el centro de una ciudad, o tener estudios reglados y un puesto de trabajo a estar desempleada…Entraría en juego una serie de disyuntiva.
Hay un mito sobre las mujeres andaluzas como un matriarcado porque siempre han estado en los hogares. Tenemos que dejar de mitificar esa mujer que puede con todo y que se encarga de todo porque eso precisamente nos está dando pistas de las ausencias, y de donde han estado los hombres históricamente.
Esto es parte de una cuestión más amplia donde tendríamos que analizar las condiciones materiales, laborales, geopolíticas, etcétera. Aún a día de hoy si analizamos los diferentes informes sobre la pobreza en Andalucía vemos que las mayores tasas de desempleo y los porcentajes de pobreza material severa los sigue encabezando mujeres que, además, siguen ocupando los puestos de trabajo más básicos y esenciales para el sostén de la vida, que a su vez son los peores retribuidos. A esto se le suma el hecho de que los cuidados no han sido repartidos democráticamente aún a día de hoy.
Te han concedido el Premio Memorial Blas Infante con tu libro Las sin Tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza ¿Se está haciendo lo suficiente para acabar con esos mitos y arquetipos?
Hay toda una labor colectiva para salvar esta deuda y cargar de significado a ciertos mitos que han derivado en arquetipos y estereotipos muy concretos sobre esa idea que se nos despierta cuando pensamos en una mujer andaluza. Desde diferentes sectores se está haciendo un trabajo precioso en este sentido.
Las sociedades funcionan a través de los mitos, y son muy peligrosos porque tienen una carga política muy importante. No se puede pensar en una sociedad sin sus características míticas pero al mito sí se le puede domar o asignarle el lugar que le corresponde en la arqueología de nuestro conocimiento.
Desde los feminismos andaluces y otros sectores se está problematizando mucho esa idea ficticia creada a través de lo foráneo sobre qué significa Andalucía y que significa en concreto ser una mujer andaluza.

En esta publicación rescatas la memoria de mujeres que habitaron y enriquecieron Andalucía. Lo cierto es que los niños en los colegios estudian a muchos andaluces ilustres, pero muy pocas son mujeres...
Esa es otra deuda pendiente que tenemos. Revisitar los símbolos y la propia historia de Andalucía que se ha hecho a la interna dentro de nuestras fronteras para empezar a repartir equitativamente no sólo los reconocimientos y los méritos, sino las memorias y lo cotidiano donde las mujeres tengan el espacio que les corresponde.
Hay que entender que en todas las esferas de la vida, los hombres por sí sólo no son funcionales, necesitan de ese empuje de lo femenino simplemente para poder existir.
Yo pienso en Andalucía y pienso en oportunidad, talento, trabajo y empoderamiento. Fuera de nuestras fronteras, hay quienes todavía nos ven como turismo de sol y playa, y al andaluz al servicio, valga la redundancia, del sector servicios. ¿Crees que hay también un problema de autoestima? ¿De creer más en nosotros mismos?
Más que un problema de autoestima hay un problema grave de borrado de memoria histórica y de acontecimientos de lo que a nuestros contextos propios nos rodea. No es casual sino causal esa idea de Andalucía asociada al turismo de sol y playa.
Sigue existiendo porque Andalucía ha polarizado su economía en dos sectores muy concretos: la economía industrial intensiva para la exportación, y el turismo. Son dos actividades extractivas donde el andaluz produce y sirve pero la riqueza real se esfuma en esa deslocalización que hay de esos dos sistemas productivos. Esto genera unas peores condiciones materiales que hace que seamos nosotros quienes ocupemos las bases de estos dos grandes sectores y que se acreciente en el plano cultural esa andaluzofobia y esa intraandaluzofobia que también existe dentro de nuestras fronteras.
Esto tiene que ver con ese mantra que se repite y ese blanqueamiento que se nos impone para poder ser aceptados en espacios públicos o espacios de poder y responsabilidad. Hay un debate ahora muy bonito con el tema de los acentos. El acento es nuestra carta de presentación. Históricamente hemos tenido que suplantar, reprimir y hacer que no se note todo aquello que tenga que ver con nuestro linaje y nuestras raíces.
Es un problema muy grande porque tendemos a desechar todo aquello que nos rodea al entender que el horizonte de poder y el sitio de desarrollo está muy lejos de lo que a nosotros mismos nos ha habitado. Esto tiene consecuencias tan graves como las que se cuentan en el libro, ya que hay mujeres que han sido esenciales en la historia andaluza siguen siendo a día de hoy totalmente desconocidas.

En tu libro también dedicas un capítulo a la feminización de la pobreza bajo el mito de la delicadeza. Porque esa es otra. Todavía hoy parece que hay trabajos que sólo puede hacer la mujer y, qué casualidad, suele coincidir con trabajos duros o mal remunerados.
Esa feminización de la pobreza bajo el mito de la delicadeza es una cuestión compartida entre los territorios del sur. No podemos obviar a Andalucía como territorio de frontera tanto del sur del país como del sur de Europa, pero también como norte de otros territorios.
Aquí opera una geopolítica doble. Esa feminización de la pobreza a través de perpetuar condiciones biológicas que anclan a las mujeres a unos determinados puestos de trabajos que tiene que ver con lo primoroso, lo delicado, lo cuidadoso... Y eso se materializa en nuestros cuerpos y en nuestra manos, en nuestra capacidad para agacharnos y para acercanos a aquello que está más cerca del suelo y, por tanto, tiene menos prestigio social porque recuerda al mundo animal y porque, precisamente, está más cerca de la tierra.
La postura erguida representaría todo lo que tiene que ver con la funcionalidad, la seriedad, la rectitud. En el caso contrario encontraríamos esos empleos que nos anclan a unos oficios que están más cerca del suelo como la recogida de la fresa o la recogida de la aceituna que cae cuando se varea. Estos dos ejemplos son muy significativos.

También trabajas el sector de la producción agroalimentaria. En los últimos años se ha avanzado en este sentido, y ya hay algunas mujeres en cargos de responsabilidad, algo que hace apenas veinte años era imposible. Pero todavía son solo algunas. ¿La mujer andaluza sigue siendo invisible en el campo?
Es consecuencia de cómo se ha creado la propia industria agroalimentaria. No importa que hablemos de frutos rojos, de manzanas, de tomates o de aceitunas. Si la producción no tiene como horizonte el sostén de la vida sino una sobreexplotación de los recursos para ser competitivos en los mercados globales, vamos a tender a una sobreexplotación tanto de los recursos humanos como de las energías.
Jason Moore lo explica muy bien a través de la ecología-mundo como el capitalismo necesita manejar las cuatro naturalezas baratas que serían los recursos naturales, las energías, la comida y el trabajo y producirlo a bajo coste para que las fronteras productivas sean rentables. En el momento en que una frontera productiva no puede manejar estas cuatro naturalezas, automáticamente cambia de lugar.
Esto tiene mucho que ver con la deslocalización y los acaparamientos de tierra que, desde Andalucía por ejemplo, se da en el norte de África. Vemos como tantas empresas agroalimentarias se instalan en terceros países para seguir produciendo a bajo coste y donde las mujeres siguen teniendo un papel central. El perfil en las condiciones dentro de la industria alimentaria es compartido independientemente del fruto o el producto.
En Las sin Tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza prestas especial atención a las mujeres que se dedican a la recolección del fruto rojo en Huelva. ¿Dista mucho el perfil de estas trabajadoras del de las jornaleras que recogen la aceituna en los campos de Córdoba y Jaén, o las que trabajan en los invernaderos de Almería?
Quien más y quien menos está atendiendo a los coletazos que el colapso inmediato está avisando o gritando por, precisamente, estas formas de producción. Pero no sólo ya para los trabajadores esenciales, sino para los propios productores, que con la hiperespecialización de una sola variedad crean una burbuja que depende de unos mercados que marcan los precios, por lo que el único factor que pueden manejar es la mano de obra. Por eso en las condiciones sociolaborales es donde los productores tienen más margen de acción y más facilidad de actuación.
En el caso del fruto rojo, si las semillas y la innovación se hace en laboratorios de California, si los viveros se encuentran en el norte del país, si la fruta se convierte en terceros productos como mermelada, batidos o yogures en otros territorios porque donde se produce no se ha industrializado... Si lo único que aquí se consume es materia prima y mano de obra para, a la vez, exportar esa producción, pues no se pueden fijar los precios a la interna. Evidentemente el modelo de consumo no es sostenible para ninguna de las dos partes.
Por ello, todo el peso va a recaer al final en los que se encuentran en los primeros eslabones de la cadena. Está claro que estando en la era de la superproducción donde existe alimentación suficiente para alimentar a todo el planeta, vivimos una época donde la cifra de hambre a nivel mundial es altísima. Esto tiene que ver no con la existencia o no de alimentos, sino con la accesibilidad de los mercados y con el modelo que esta forma de producir ofrece.
Existen crisis cíclicas que cuando se agudizan vemos como a los productores muchas veces no les sale rentable poner el producto en el mercado porque esta competitividad extrema hace que los precios caigan y que esa alimento no tenga ningún valor. Hablamos de una tierra que ha sido fértil, que ha producido, pero cuyo producto no puede generar beneficio porque las pautas del mercado ya no lo contemplan por este atoramiento y atasco de alimentos que hay en momentos muy concretos.

La crisis del Covid-19 ha visibilizado el papel imprescindible de la mujer en el sector sociosanitario personalizado en profesiones como enfermeras o personal de ayuda a domicilio o de residencias. ¿Se puede sacar una lectura positiva de ello o sólo es una evidencia más de la figura de la mujer como cuidadora?
El sector sociosanitario está poniendo los debates en el centro, y habitando sus propias problemáticas. Vemos como las personas siguen en este sector tan esencial donde incluso fueron consideradas héroes, encadenando contratos de muy poca periodicidad, con mucha movilidad y sin una fijación o inversión sólida a la altura de los servicios que se presta.
Podemos hablar del papel de la mujer como cuidadora no sólo en el sector sociosanitario sino también en la limpieza. La externalización del servicio a empresas privadas hace que estas mujeres cada vez tengan menos margen de acción a la hora de salvaguardar sus derechos.
Otro gremio que también ha mostrado este debate ha sido el de las kelys, que de alguna forman al revertido o al menos puesto en el debate público la cuestión de que no pueden seguir limpiando habitaciones por un salario de escándalo cuando están trabajando para un producto de consumo que en algunos casos es de lujo.
A todos nos queda muy claro que la mujer es imprescindible y que ocupa en un porcentaje mucho mayor los sectores más esenciales para el sostén de la vida, pero no ha habido una modificación de las condiciones sociolaboralres porque si se valorizase el trabajo real que hay detrás de estas actividades, el nivel de producción y de consumo tendría que ser otro ya que no habría realmente capacidad para medir lo que cuesta sosteniendo este modelo.
Volviendo a Andalucía. Todavía en pleno siglo XXI, en la ficción, se asocia muchas veces a actores con acento andaluz con los bajos estratos de la sociedad. El último ejemplo ha sido una serie de Netflix ambientada en Sevilla donde sólo habla andaluz un camarero y un ladrón. Pensaba que esto estaba ya superado.
El tema de los acentos no está en absoluto superado en el espacio público, pues toda la información que nos llega sigue estando muy castellanizada. Popularmente todavía se piensa que para hablar bien, uno tiene que alejarse de todo lo que tiene que ver con su círculo y con su barrio para conseguir ese halo de respeto, de aceptación y de corrección para encajar en esa idea de lo desarrollado y lo que se puede aceptar.
Esta serie es un ejemplo de los cientos de miles que existen. En el libro se trabaja en una escala histórica sobre el género de La españolada, donde se recreaban paisajes y se rodaban muchas películas en Andalucía que representaban a mujeres andaluces en un castellano neutro entre comillas, porque lo neutro no existe, o había una suplantación de identidad forzando los acentos para intentar encajar. Y por supuesto, ocupaban espacios que tenían mucho que ver con la calle y la oscuridad, todo lo que rodeaba a su sexualidad y a su sexo como única forma de ser y estar en el mundo, pero a la vez como problema de todos los males del propio contexto.
Por no hablar de los actores de fuera de Andalucía que tienen que aprender y forzar el acento andaluz para interpretar un papel. Me estoy acordando de Blanca Suárez en la película El verano que vivimos, ambientada en Jerez de la Frontera.
Ese forcejeo o suplantación de identidad a través de los acentos es una dinámica histórica que sigue construyéndose. No solamente se suplantan los acentos sino también cuestiones aptitudinales y actitudinales.
Es decir, cada vez que vemos representada a una persona de Andalucía en la gran pantalla, su comportamiento es distinto al resto de personajes. Hay una creación concreta que tiene que ver con esa serie de mitos y arquetipos o tópicos que se despiertan al pensar en el andaluz que lo identifican y lo separan del resto de papeles.
En tu libro hablas del feminismo andaluz como oráculo ¿Qué le dirías a aquellos que todavía repiten el mantra de "ni machismo ni feminismo, igualdad"?
El feminismo andaluz se compone de una serie de movimientos que están politizando y cargando de significado, y haciéndonos ver la diversidad y qué significa lo andaluz. Tenemos que despojarnos de esa idea genética de nacer en un territorio, pues hay que entender que las cuestiones de Andalucía las ocupa personas de muchas latitudes del mundo que hoy son esenciales para que esta tierra funcione a los ritmos y modos que funciona.
Por ser breve, a quién repite el mantra le recomendaría leer a Mar Gallego, a Virginia Piña, a Esther Alberjón, a Carmela La Candela, a Las comadres de La Poderío, que visite el trabajo de Jornaleras en Lucha y su activismo, que se acerque un poco a su contexto y que hiciera ese ejercicio crítico de revisar desde otra mirada aquello que le rodea. Que se fije en quienes ocupan qué puestos de trabajo, quienes tienen qué tipo de salario, quienes ocupan el espacio público...
Araceli Pulpillo hizo un monográfico precioso que se titula Feminismo Andaluz que fue punta de lanza para ponernos en contacto a muchas mujeres de distintas realidades y de distintas partes de la comunidad. Es una obra que sí o sí tengo que recomendar, y a tantas otras autoras y autores, pensadoras y pensadores, críticas y críticos que rompen con esta idea de neutralidad, porque la neutralidad no existe. Tenemos que hablar de condiciones de equidad, no tanto de igualdad. No nos vale ocupar ciertos puestos de trabajo si no se ocupan de una forma equitativa, soberana y de una forma acorde a las necesidades de la vida hoy en día.
Las tres de... Soledad Castillero
Tres programas de televisión o radio: Antepongo la radio a la televisión. Efecto Doppler, El bosque habitado y Duendeando, todos ellos de Radio 3.
Tres canciones: Más que tres canciones, te digo tres artistas que para mi son esenciales: Robe Iniesta, Enrique Morente y El Drogas. Y una cuarta te diría Lola Flores.
Tres libros: Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estés, Fruta fresca, cuerpos marchitos, de Seth Holmes y Necropolítica de Achille Mbembe.
Tres referentes: Pilar Albarracín, Enrique Morente y Lola Flores.
Tres momentos históricos: Los años 90, porque es donde yo crecí y una época de ascenso de nuestras generaciones anteriores. Ahí hubo hitos importantes en Andalucía como la Expo del 92; la crisis del 2008, de la que hay que sacar muchísimos aprendizajes y que supuso un antes y un después, y la por supuesto el periodo Covid-19, o más bien el periodo posterior, analizando qué nulas reflexiones o nulo impacto ha tenido una crisis mundial sociosanitaria y económica tan brutal como la que hemos vivido. Lo poco que nos duró esa sensación de peligro y lo poco que hemos aprendido.
Tres lugares para visitar: Los asentamientos chabolistas de la provincia de Huelva o Almería, para entender que eso también es Andalucía y que eso pasa en destinos que son calificados de excelencia para el turismo de sol y playa. Y después dos de mis lugares en el mundo: la judería de Córdoba y el faro de Trafalgar en Cádiz.
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David Ávila es periodista y miembro del equipo de redacción de Consumerismo.