La naturaleza no conoce los aditivos alimentarios. No los necesita. Las personas tampoco. Pero en la actualidad es prácticamente imposible encontrar alimentos en los lineales de los supermercados en los que las etiquetas no muestren un entramado de componentes en los que la letra 'E', acompañada de varios números, esconde sustancias químicas que tienen como objetivo mejorar la conservación (que los alimentos duren más sin descomponerse y así poder estar más tiempo a la venta o atravesar muchos kilómetros desde su punto de producción al de comercialización), convertir su sabor en más adictivo con potenciados u ofrecer unos colores llamativos y apetitosos.
Sin embargo, aunque se trata de productos permitidos en la legislación alimentaria española, muchos ya están puestos bajo sospecha de ser los causantes de alergias y, en casos más extremos, enfermedades graves. El caso del glutamato es tal vez uno de los más significativos, porque este potenciador de sabor, que estimula tanto nuestro sentido del gusto que nos hace sentirnos indiferentes después ante los sabores reales y nos hurta la posibilidad de desarrollar de manera fina nuestra capacidad de degustar productos naturales, se supone que es el causante de enfermedades como el alzhéimer o el párkinson, según detalla el doctor Hans-Ulrich Grimm en su libro Química en la comida (editorial Sirio, 2013). "En lo que se refiere al cáncer, los edulcorantes están siempre bajo sospecha", asegura el autor, pero también afirma que los colorantes llegan a provocar trastornos de aprendizaje, que las migrañas y la hiperactividad se pueden desencadenar por culpa de determinados aditivos, o que los conservantes pueden perjudicar el intestino y perturbar el sistema inmunitario.
Por el contrario, en el mundo real, el de los productos alimentarios naturales, no existen los aditivos. El trifosfato pentasódico, los humectantes o antiespumantes no están presentes en los puestos de mercado tradicionales que venden fruta, verdura o carne.

Según un estudio de 2011 publicado por el American Journal of Clinical Nutrition, las personas que consumen habitualmente salchichas procesadas corren riesgo de sufrir diabetes tipo 2, algo que la American Dietetic Association relaciona con los conservantes utilizados en esta carne industrial: E-249 y E-251.
Otro conservante, el E-211 (benzoato de sodio) que está presente en refrescos como la Coca Cola o en los pepinillos del Big Mac de McDonald’s, es muy perjudicial para las células, según los expertos. El E-211 sería responsable de dañar una zona de la mitocondria (las centrales energéticas de las células) que podría desembocar en enfermedades como el párkinson.
Los colorantes engordan. De eso hay pocas dudas, según los estudios. La curcumina, que podemos encontrar bajo la nomenclatura E-100 en las etiquetas de algunos alimentos, puede actuar como inhibidor de la leptina, una hormona adelgazante que sirve de freno del apetito, de manera que nos lanza a comer y, como consecuencia, a engordar.
Los aditivos fosfatados de los alimentos son también otro riesgo innecesario. Se trata de aditivos bajo las siglas E-338 hasta E-441, E-450 y por supuesto el ácido fosfórico que aparece con nombres etiquetados como "fosfato dipotásico" o "difosfato tetrapotásico". A todos ellos se les señala como posibles causantes de dolencias cardíacas. Aunque tradicionalmente se nos han presentado estas sustancias como inocuas, ya hay expertos como Hans-Ulrich Grimm que la denominan como "el nuevo colesterol", por su capacidad de obstruir vasos sanguíneos y provocar daños cardíacos.
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Ricardo Gamaza es periodista y divulgador agroambiental.